30 abril 2011

Jack the ripper. Introducción.


La luna brillaba llena en el alto y oscuro cielo Londinense, desafiando a las tinieblas que envolvían a la ciudad a aquellas tardías horas de la noche.
Las calles estaban totalmente desiertas en su mayoría, pues todo el mundo en aquel lugar sabía que el peligro acechaba en todos los rincones, protegido por las negras sombras que sólo se desgarraban ante la luz de algún farol que se negaba a consumirse.
Sin embargo, algunos de los barrios de la capital inglesa vivían de la noche, y el peligro en ellas era mucho mayor que en cualquier otra zona.
Este era el caso del famoso barrio de Whitechapel, cuya popularidad era atribuida por ser un barrio pobre que carecía de la elegancia que poseía Londres y por los múltiples burdeles baratos que llenaban las calles.
Los habitantes de este barrio eran, habitualmente, borrachos que habían sido expulsados de las tabernas, mendigos que improvisaban un lecho cubriendo el  frío asfalto con algunos harapos, criminales que aprovechaban la ausencia policial para llevar a cabo sus malas ideas y personajes de alto cargo que extraían el poder en el dinero ganado de contrabando o apuestas ilegales en lugares clandestinos.
Y por supuesto, no podían faltar las comunes señoritas que vagaban por las calles portando sinuosos vestidos ligeros de tela y ricos en escote que desafiaban las bajas temperaturas buscando algún caballero con el que hacer un negocio. Pues, ¿qué sería de Londres sin las damas de compañía en los barrios bajos como Whitechapel?
Ni siquiera la Scotland Yard se molestaba en terminar con la prostitución, ya que eran conscientes de que nadie más que ellos habían sido la causa de ella, al alojar a los inmigrantes y pobres en aquél lugar, condenándolos a ganarse la vida con lo que podían. Y por ello, la prostitución había aumentado en los últimos meses, de forma que la competencia entre las mujeres era mayor, y algunas de ellas se veían obligadas a meterse en calles más apartadas para asegurarse un número de clientes que les permitieran ganar el suficiente dinero para poder alimentarse.
Una de ellas era Mary Ann Nichols, que esa noche había elegido la esquina de Osborn y Whitechapel Road para trabajar, ya que el puesto que frecuentaba ya estaba ocupado cuando llegó aquella noche por jóvenes muchachas. Y es que aunque le costara admitirlo, la edad se había marcado en su rostro en forma de pequeñas arrugas, y en su  cabello, que antaño había sido envidiado por sus compañeras, comenzaban a aparecer canas que lo desteñían.
Por suerte, su cuerpo aún no había perdido todo su encanto y aún tenía utilidad en su oficio. Pese a ello, ninguno de los coches de caballos que pasaban paraba para ofrecerle trabajo, y a penas había transeúntes en aquél lugar.
-Pues menuda mierda-dijo, sacándose un paquete de cigarrillos de uno de los pliegues del vestido, y prendiendo una cerilla para poder encenderlo.
Se llevó rápidamente el cigarro a los labios, exageradamente pintados de un rosa pálido, y dio una profunda calada, sintiendo como la nicotina calmaba sus nervios, y se apoyó contra una fía pared de ladrillos para poder fijar la vista sobre la llama de un farol, que bailaba suavemente mecida por el viento helado la sinfonía del silencio nocturno.
Silencio que fue repentinamente interrumpido por unos pasos a sus espaldas y que la incitaron a darse la vuelta para descubrir a un apuesto joven que la miraba fijamente. Supuso que sería uno de esos muchachos que frecuentemente escapaban de sus ricos hogares para entregarse al alcohol y las mujeres a escondidas de sus padres.
-Está la bella dama de servicio esta noche?-preguntó utilizando un seductor tono de voz moldeado en un perfecto y elegante acento inglés.
-Oh, por supuesto, sí- respondió Mary Ann arrojando el cigarrillo y arreglándose los pliegues del desgastado vestido.
El joven sonrió, mostrando una hilera de perfectos dientes blancos que parecieron relucir en la oscuridad.
-En ese caso –dijo, alargando el brazo y tendiéndole una mano enguantada en cuero negro- permítame disfrutar de su compañía, y acompáñeme a un lugar más apropiado y elegante, que sea digno para una señorita con usted.
-Por supuesto, caballero –respondió la mujer, tomándole la mano y dejándose guiar.
Mientras caminaba, se fijó un poco más en el apuesto joven, que vestía totalmente de negro en telas de alta calidad y portaba un sombrero de copa con un listón de terciopelo rojo, que resultaba ser la única nota de color en él, a parte de los mechones desordenados que caían por su rostro y los hermosos ojos que la miraban con aquella amabilidad que estaba tan poco acostumbrada a recibir.
De pronto, el joven se detuvo, y la tomó por los hombros bruscamente para mirarla fijamente a los ojos a una corta distancia. Durante un instante, Mary Ann pensó que el muchacho no había podido contenerse hasta llegar a su destino, pero desechó la idea al ver que la miraba con compasión, y no con lujuria.
Durante unos instantes, fue prisionera del hermoso y frío color de los ojos del muchacho, hasta que este habló en un tono melancólico, muy distinto al que había utilizado anteriormente.
-Oh… señorita, estoy seguro de que usted podría haber hecho algo útil en su vida… pero las personas cometen errores que las condenan… es una lástima…
El tono de voz pasó de ser melancólico a serio, y más tarde adoptó un tono amenazador que hizo que Mary Anne temiera. Pero no pudo preocuparse, no pudo intentar escapar, ni siquiera le dio tiempo a lamentarse por ella misma.
Sólo pudo ver cómo el joven extraía un objeto brillante y afilado de entre sus oscuras ropas y un frío tacto en el cuello, antes de abandonar la vida para siempre.

26 abril 2011

Observación

No soy una persona fácil.
Esta puede que una de las frases que más me repito a mí misma al cabo del día. Y no me malinterpretéis, con ella no quiero decir que sea una persona más complicada, interesante o compleja que el resto del mundo. No, nada de eso. Con ello quiero decir que poseo una personalidad extravagante, alternante, insoportable y realmente incomprensible. Llena de contradicciones, dudas y miedo. No doy las gracias por ello, pero tampoco me estoy quejando en absoluto (de hecho estoy casi segura de que no sabría lidiar con otro tipo de personalidad) Sólo era una observación, algo obvio que necesitaba decir. Y las personas que me rodean y conocen sabrán que tengo razón. Y si no lo saben, bueno, en ese caso...
Esto es una contradicción en si misma.