11 mayo 2011

Jack the ripper. Capítulo I, escena I


Todos los hombres albergan una bestia en su interior, y pocos de ellos consiguen controlarla ser capaces de encerrarla en lo más profundo de su consciencia. Pues, ¿Qué hombre retendría una parte de sí mismo?

Una pequeña multitud invadía la calle Durward  cuando los primeros rayos del sol a penas despuntaban por encima de los tejados de Londres. Muchas de las personas que se concentraban allí reunidas ni siquiera sabían lo que había pasado, pero no tenían nada mejor que hacer que permanecer en la zona, y se dedicaban a murmurar con los vecinos mientras observaban como varios miembros del cuerpo de la policía metropolitana de Whitechapel se movían nerviosamente, intentando establecer un perímetro alrededor de un cuerpo que yacía tendido sobre la calzada, y que era frecuentemente iluminado por los flashes de las cámaras que intentaban retratar la tragedia.
-Por dios, deshágase de la prensa de una maldita vez!-ordenó un hombre a uno de los agentes mientras se secaba el sudor que resbalaba por su frente, antes de acuclillarse junto al cuerpo, que estaba siendo minuciosamente examinado por otro hombre mucho más joven.-Y bien, ¿qué opina, agente?
El muchacho no respondió, sino que continuó observando detenidamente el cadáver sin pestañear ni una sola vez, hasta que de pronto pareció reaccionar, y alzó la mirada hacia el hombre que le había preguntado.
-Cada mes, una media de siete prostitutas son asesinadas en este barrio-dijo.
El otro hombre le miró alzando una ceja.
-Sí, lamentablemente eso es cierto, pero, ¿qué tiene ahora eso…?
-Oh-interrumpió el joven- Estoy completamente seguro de que usted, Inspector Reid, como jefe de la policía metropolitana de Whitechapel, sabrá decirme cuál es el principal motivo de estos asesinatos.
Reid asintió.
-Sí, el principal móvil suele ser el hurto.
-Exacto, pero nuestra amiga-hizo un gesto con la mano, señalando el cadáver-conserva la recaudación de dos días enteros, así que se puede descartar el robo como móvil.
-En ese caso…
-No -el joven volvió a interrumpirle- le puedo asegurar que cuando el forense analice el cadáver no encontrará indicios de abuso sexual ni violación.
-Cómo puede estar tan seguro de ello?-Cuestionó el inspector.
El agente sonrió.
-Observe el cuerpo. La garganta fue seccionada por un profundo corte, no una, sino dos veces. Ello implica una muerte rápida y prácticamente indolora, puesto que la víctima murió antes de darse cuenta de lo que había pasado, ya que se le seccionaron la arteria principal a la primera. Limpio y letal, una muerte poco frecuente en señoritas de compañía, ¿no creé? Normalmente los asesinos que atacan a estas mujeres lo hacen violentamente, de forma sucia y poco elaborada. Después de todo, para la mayoría de sujetos son objetos, inmundicia y escoria.
-¿Pero cómo puede decir que fue una muerte limpia? ¡Por el amor de dios, Abberline, le han destrozado el abdomen!
El agente no cambió la expresión de su rostro, a pesar de que el inspector había elevado el tono de voz más de lo que le hubiese gustado, pero sí dirigió una rápida mirada al torso de la víctima.
Este estaba vestido cuidadosamente, cubierto por las prendas con las que había sido vista la noche anterior, como si nunca hubiesen sido retiradas. Sin embargo, bajo ellas, la piel estaba completamente desgarrada, y era por ello por lo que las telas, que en un inicio habían sido de un tono calabaza, ahora estaban teñidos de un oscuro escarlata de sangre.
-Sí, pero… fíjese, el vestido no está desgarrado, esto quiere decir que le quitó parte de la vestimenta para acuchillarle el vientre… Pero, pese a la carnicería que cometió con ella, se encargó de volverla a vestir, sin olvidar un solo detalle. Incluso el anudado del corsé está perfecto.
El inspector miró el atuendo del cadáver durante unos instantes, y después dirigió una furiosa mirada a Abberline.  
-¿Y acaso pretende que le demos las gracias al asesino por haber hecho tan buen trabajo con las ropas de la mujer?
-Oh, no, pero sólo digo que es algo digno de tener en cuenta-explicó el agente, manteniendo su habitual calma.
El inspector Reid se puso en pié, algo alterado, y volvió a pasar un pañuelo por su despejada frente para retirar el sudor que seguía cayendo.
-No veo importancia alguna en ello-declaró- lo único que importa es que un asesino anda suelto y que tiene que ser atrapado inminentemente. ¿Qué más da si…?
Las palabras de Reid quedaron en el aire por tercera vez cuando un agente se acercó apresuradamente a él.
-¿Qué ocurre?-preguntó el inspector, volviéndose hacia su subordinado y conservando el tono brusco con el que se había dirigido anteriormente a Abberline.  
El recién llegado tragó saliva y titubeó durante unos segundos ante la actitud de su superior.
-Verá, inspector, estamos teniendo problemas con una señorita de la prensa…
-¿Pero que demonios ocurre, agente? ¿Ni siquiera son capaces de mantener a la prensa alejada un momento?
Mientras que Reid sermoneaba al agente, Abberline se puso en pié y levantó la cabeza, buscando con la vista a la señorita que causaba problema. La encontró en frente de la multitud, gritándole a otro agente, que intentaba calmarla. Lucía un traje rojo con pantalón que llamaba la atención de las personas que estaban a su alrededor, y llevaba una cámara de último modelo colgando de una correa.
-Quién demonios es aquella mujer?-preguntó Reid-deténganla!
Abberline dio un paso adelante.
-Si me disculpa, inspector Reid, me gustaría encargarme de esto…
-Eh?-el inspector se volvió hacia él- creo que sería mejor detenerla por oponerse al cuerpo policial.
-Bueno, pero toda esta gente vería como detienen a una periodista… ¿no cree que ya hay bastante escándalo con el cuerpo de esa pobre mujer sobre la acera?
El inspector pareció meditarlo durante un instante, pero finalmente cedió.
-Está bien, haga lo que tenga que hacer, pero que deje de gritar. Y usted, agente –se dirigió al subordinado- venga, quiero que tome algunas muestras…
Abberline comenzó a caminar hacia la mujer, cuyos gritos se hacían más entendibles a medida que se acercaba.
-… solo luchamos por poder informar a los ciudadanos de Londres de los acontecimientos ocurridos! No es culpa nuestra si el cuerpo policial es tan incompetente que ni siquiera puede detener a un asesino de los barrios bajos! Que ha pasado con la libertad de expresión y prensa!? Es un derecho que…-los gritos cesaron cuando la joven reconoció el rostro de Abberline, y frunció el ceño- vaya… ¿Te han enviado para detenerme, Fred?
Abberline puso la mano sobre el hombro del agente que había estado discutiendo con la joven.
-Me encargo yo, gracias.
El agente sonrió, agradecido, y fue a donde estaba el inspector. Abberline lo siguió con la vista hasta que estuvo lo suficientemente alejado, y después se dirigió a la periodista.
-Siempre metiéndose en líos, señorita Evangeline…
La joven se ajustó el largo abrigo rojo y sonrió maliciosamente.
-Y usted y su pandilla de incompetentes siempre intentando ocultar la verdad a los medios, agente Frederik.
-Nunca dejará de provocar escándalo?
-Nunca dejará de dárselas de caballero inglés?
-Touché.
-Un placer.
Abberline frunció el ceño durante un instante casi imperceptible.
-Vaya, bonita cámara-dijo, haciendo un gesto hacia el aparato- un regalo de familia, quizás?
Evangeline acarició la cámara y le dirigió una mirada son sorna.
-No, algunas personas sabemos conseguir nuestros propios bienes sin depender de una gran herencia familiar, Fred.
El agente sonrió.
-No deberías llamarme así si te vas a dedicar a pasar el tiempo atacando a mi persona.
-Y usted no debería tutearme si ha venido aquí para echarme del lugar.
-Nunca echaría a una mujer que vista pantalones de la misma forma que usted lo hace.
-Oh! ¿Debo tomarme eso como un extraño halago o mejor debería interpretarlo como una muestra más del grandísimo machismo que asola la sociedad de hoy en día? –dijo la joven, a la vez que golpeaba el pecho del agente con el dedo índice.
Abberline suspiró, y se pasó la mano por el desordenado cabello liso, intentando sujetar los mechones castaños que le caían por el rostro, cubriendo sus ojos azules.
-Siempre tiene que tomárselo todo como un ataque?
-Siempre y cuando es necesario hacerlo-respondió ella, cruzándose de brazos
El agente tomó aire en un nuevo suspiro para decir algo más, pero nunca lo hizo, ya que un grito desgarró el aire a sus espaldas, obligándole a darse la vuelta velozmente para descubrir que el emisor de aquél lamento de dolor no era más que una mujer de la multitud que había caído sobre sus rodillas, y que miraba al cadáver con los ojos rebosantes de lágrimas.
-Polly!-gritó- Polly, qué es lo que te han hecho?
Al inspector no le bastó nada más que un vistazo para entender que aquella mujer era una amiga de profesión de la fallecida. No hacía falta más que un vistazo a su atrevido vestido, remendado en una llamativa tela verde y adornada con puntilla y plumas, y a su abundante maquillaje, que ahora se convertía en líneas oscuras que surcaban su rostro, arrastrado por las lágrimas.
Un par de agentes se acercaron a ella para levantarla del suelo, sujetándola mientras ella seguía lamentando la pérdida de su compañera.
-¡No podéis proteger estas calles de los demonios! ¡Es por vuestra culpa por la que mujeres como nosotras mueren en las calles sin que a nadie le importe!-se apartó de los agentes con un brusco empujón-¡Sólo os ocupáis de los asuntos que conciernen a los ricos herederos, y a las putas que nos den! ¿Qué os importa? ¿Qué os importamos a todos vosotros?-exclamó, dirigiéndose a la gente que había allí reunida- Oh, Polly…
Todos los allí presentes observaban atónitos la escena, que finalizó cuando el inspector Reid ordenó detener a la mujer y llevarla a comisaría, a pesar de que Abberline insistió en no hacerlo.
Después de aquella escena, el cadáver fue retirado por el forense después de unas fotografías, y la multitud se dispersó poco a poco, buscando nuevas formas de entretenimiento, de forma que la esquina de la calle Durward quedó solitaria y limpia, como si el horrible suceso de aquella noche jamás hubiese tenido lugar.