29 marzo 2010

Necrania V.

Su curiosidad se sintió sadisfecha cuando llegó al salón principal. Allí lo vio, en pie, junto a la ventana, con los ojos verdes perdidos en algún lugar del horizonte. Ella se había imaginado más o menos su aspecto conforme habia encontrado la decoración de la casa, pero aquello superaba sus expectativas.
A pesar que allí no hacia calor precisamente, Dirk llevaba una fina camiseta de tirantes, que dejaba al descubierto varios tatuajes. Algunos de ellos ya los conocía, habían estado allí desde hacia más de cien años, pero otros, sin embargo, se los había echo después de que se separaran, tanto tiempo atrás, como aquel de una extraña mariposa que tenía en la parte baja de la cadera, visible debido a lo bajo que llevaba los pantalones oscuros, que parecía que se le caerían en cualquier momento, a pesar del aparatoso cinturón.
Vio que también llevaba varios piercings, uno en el labio y otro en la ceja.
Este último quedaba prácticamente cubierto por la greña de pelo oscuro que le caía por la cara, y que se convertía en roja un poco más abajo, casi en las puntas.
Frunció el ceño. Jamás se lo hubiese imaginado así. Él era tan serio… sobretodo con el aspecto. Siempre había llevado los ropajes adecuados para las batallas, y nunca había llevado una prenda arrugada. Y mucho menos había mostrado de su cuerpo más de lo que cualquier otro guerrero respetable había tenido que mostrar.
Sus pensamientos se bloquearon cuando vio a una figura familiar sentada en una mesa, un poco más allá. Su mirada fue correspondida con un flechazo esmeralda. Se acercó hasta ella, y obtuvo su segundo encuentro emotivo, que acabó, como el primero, con un abrazo.
-Lay... has estado haciendo locuras? Biel te ha escuchado gritar como una loca mientras que venias hacia acá-rió.
-Oh, Weise tiene razón-confirmó ella-te llevo escuchando un buen rato. Antes eras más sigilosa.
-Antes no tenía a Vinnig.
-Vinnig?-Weise levantó una ceja.
-Mi moto, por supuesto-dijo, poniendo los brazos en jarras, como si aquello fuese la cosa más obvia del mundo.
-Que clase de persona le pone nombre a una moto?-sonó una voz a sus espaldas.
Lay se giró y descubrió a Tier, que acababa de volver de la cocina con un bocadillo y unas latas de cerveza.
Mientras le arrojaba una a Dirk, que la agarró en el aire sin siquiera mirar y este la abría con un suspiro, Lay le hizo un análisis físico. Seguía igual de fibroso que hacia setenta años, seguramente no había engordado ni un solo gramo. Pero si había cosas que habían cambiado, como aquellas rastas oscuras que le caían hasta prácticamente la cintura. Llevaba puesto un chándal rojo, seguramente un par de tallas más grande de lo que le correspondía. Al ver de nuevo aquellos ojos castaños, notó algo en su interior.
Era una sensación extraña, ni buena ni mala, simplemente algo que le advertía sobre otro algo. Como una alarma interna que comenzó a sonar sin motivo aparente.
-Pues…-decidió contestar, al fin- la clase de persona que soy yo.
-Buena respuesta-opinó Biel, con una sonrisa, mientras tomaba asiento con Weise a su izquierda, y Dought a su derecha.
Exactamente igual sentados que en los viejos tiempos, en esa misma mesa, ahora mucho mejor restaurada que entonces. Buscó su lugar, o el que lo había sido, con la mirada.
Aquella era una mesa muy extraña y especial. Tenía forma de octógono, pero dos de sus lados, que justo quedaban uno enfrente del otro, eran un poco más largos, con espacio para dos sillas en vez de una. Uno de estos espacios quedaba ya ocupado por Biel y Dought, el individual a la izquierda de Biel correspondía a Weise, el de su lado a Stark, después Givia, Tear, Dirk, Ireth, el suyo propio y, junto a Dought… el lugar de Conor.
Sintió un escalofrío en pensar en él. Había sido muy importante en su vida, en la vida de todos. Era el segundo más mayor de todos, y por ello lo veían como una especie de hermano mayor, como uno de los más fuertes, el más comprensivo. Una de esas personas que esperas que siempre estarán ahí, como lo han estado siempre, y ahora…
No pudo evitar mirar a Dirk, que seguía mirando por la ventana, mientras apuraba la cerveza. Si… Conor había sido muy importante para todos, y haberlo perdido era posiblemente una de las cosas más dolorosas que habían tenido que soportar… pero para Dirk…

26 marzo 2010

Necrania IV.

-Te he escuchado llegar-dijo.
-Biel… Cuanto tiempo.
-Demasiado.
Y ambas se fundieron en un cálido abrazo, mientras los recuerdos de su antigua vida juntas recorrían sus mentes. Si, demasiado tiempo, no cabía duda.
De pronto, una voz sonó a sus espaldas.
-Biel! Quien…? -entonces, entró en la estancia un chico alto, con el cabello rubio oscuro, y unos increíbles ojos azules- Oh, Lay.
-Hola Dought-sonrió ella.
Ya había supuesto que si Biel estaba en la casa, Dought estaría también. Antes de cruzar Hek, tantos años atrás, ellos habían sido inseparables, y no era una forma de hablar. Donde iba uno, iba siempre el otro, como si no pudieran vivir separados.
Al poco tiempo, hicieron el eed van liefde, la promesa de amor, donde se habían jurado fidelidad, y donde se habían comprometido a llevar consigo siempre el corazón del otro.
Esa era la manera de contraer algo así como el matrimonio en el lugar de donde ellos venían, pero era algo más que un rito ceremonial.
Por eso todos pensaron que no podrían soportar separarse cuando al llegar a Land, la tierra de los humanos, tras cruzar Hek. Sin embargo, tuvieron que hacerlo, como todos.  No tuvieron otra opción después del engaño que los había condenado a la vida que llevaban. O que habían llevado, hasta ahora. Hasta la muerte de uno de ellos.
Y ahora, después de más de setenta años sin poder rozarse, sin poder estar a más de cien metros uno del otro, sin poder comunicarse más que con lejanas miradas, podían estar juntos de nuevo.
Mientras que ambos caminaban delante de ella, cogidos de la mano, Lay se fijó en que Dought casi no había cambiado, pero Biel, sin embargo, si.
La última vez que la vio llevaba el pelo corto, y ahora le caía un poco más debajo de los hombros, e iba vestida muy colorida, nada que ver con la ropa de batalla con la que estaba acostumbrada a verla, o mejor, con la que estuvo acostumbrada a verla.
Con cada paso que Biel daba, sonaba un tintineo. Lo situó rápidamente en su muñeca, donde bailaba una pulsera de cascabeles.
Pero había algo que no era un cascabel, si no una pequeña piedra rosada.
Se llevó la mano al final de su rasta rubia, donde junto a otros abalorios, quedaba disimulada la suya, de color violeta.
Frunció el ceño. Aquella piedra le había impedido estar con aquellos que quería, con su única familia, pero ahora que Conor había muerto… ya no funcionaba, tal y como Tier le había dicho por teléfono hacia un par de semanas.
Evocó en su mente aquella conversación.
Había sido uno de los peores momentos de su vida. Había sido como si algo se le hubiese roto en el alma, y desde entonces sentía un pequeño vacío que sabia que ya no iba a poder llenar nunca más.
Al fin y al cabo, Conor era único, como cada uno de ellos.
Tier le había dicho que lo habían asesinado, y que iba a reunir a los que antiguamente fueron los Tien, para juntos vengarle, tal y como se hacia en su tierra. Ella por supuesto aceptó sin pensarlo dos veces, deseando que no tardaran mucho en encontrar al asesino, y cortarle la cabeza con la propia espada de su amigo caído.
Y ahora allí estaba, en el punto de encuentro. Recordaba cada rincón de Leinkast, aunque hubiese pasado prácticamente una generación humana desde que la visitaba. La verdad es que ahora estaba mucho mejor que entonces, a pesar del tiempo que llevaba en pié. Sin duda, Dirk la había cuidado con mimo.
Él siempre había amado esa casa. Tal vez fuera una de las pocas cosas en Land que le gustaban, tal vez por que le recordaban a su hogar. La había mantenido en perfecto estado, había arreglado los desgarros del tiempo y había restaurado cada uno de los muebles que había allí.
Claro que también, aquí y allá, había pequeños cambios que Lay no recordaba, sobre todo algunos muebles más modernos en rojo y negro.
Me pregunto que aspecto tendrá Dirk ahora.

24 marzo 2010

Necrania III.

Por suerte, aquel bosque aún no había sido explotado por los humanos, tal vez por que estaba apartado de todas partes, establecido en un valle, y que la ciudad más cercana estaba a más de tres horas y media de viaje circulando por estrechas carreteras que tenían en su mayoría accesos peligrosos, a no ser que supieses escoger el camino correctamente.
A esas horas al ambiente era un poco siniestro, con la niebla del rocío del amanecer a ras del suelo, y la tenue iluminación que el gran astro podía ofrecer cayendo pálidamente sobre las ramas aún desnudas de los árboles que comenzaban a rebrotar y a despertar de su larga hibernación.
Pero no tenía ni punto de comparación con el aspecto, realmente oscuro y tétrico, de aquellos bosques nórdicos a la caída del sol, cuando los lobos aullaban y la luna bañaba con su luz de plata todo aquel territorio, haciendo que pareciera sacado de un cuento gótico.
Y como en todo cuento gótico, había una casa apartada y perdida en medio del bosque, retando a la vegetación que le envolvía, y permaneciendo en pié a pesar de la extraña y fría climatología de aquella región.
Se alzaba magnifica, con su aspecto de castillo en miniatura y su fachada decorada con arcos y pequeñas gárgolas talladas en la piedra de la pared frontal. Además, el rededor del edificio también estaba muy cuidado, al igual que los caminos de tierra que la comunicaban con el lago, que se extendía un poco más allá.
De momento, un sonido sordo rompió la tranquilidad de aquel lugar, haciendo que los pájaros que descansaban en las ramas alzaran el vuelo, y las pocas ardillas que habían despertado ya de su sueño invernal corrieran a esconderse, mientras que las mas valientes, sintiendo curiosidad por el origen de aquel extraño sonido, se asomaron al camino de tierra.
Descubrieron una moto que circulaba a gran velocidad, como un destello plateado. Saltaba en las irregularidades del camino, y mantenía el equilibrio en una sola rueda en ocasiones, obedeciendo siempre al conductor, como si fuese una leal montura que se fusionaba perfectamente con la mente de su jinete. Un jinete que se sentía libre en todo momento que pasaba encima de aquella moto, y que disfrutaba enormemente sintiendo como el viento le revolvía el cabello a la vez que el paisaje pasaba borroso a toda velocidad a ambos lados del camino.
Era una de las pocas sensaciones que Lay podía disfrutar aún. Rió cuando el polvo se alzó a ambos lados cuando giró una curva a gran velocidad. Entonces fue cuando vio a un magnifico animal, un cervatillo bastante joven, cruzar el camino.
En cuestión la décima parte del tiempo que dura un parpadeo, ella envió la orden a sus brazos, y el manillar giró rápidamente, saltando de lleno en el interior del bosque para esquivar al animal.
Esquivó los gruesos troncos a toda velocidad, mientras que reía, agradeciendo al ciervo aquel reto. Paró de hacerlo cuando recordó que aún no había pasado el rio, y que solo se podía hacer a través del puente de madera al que se accedía directamente por el camino.
O no?
Cuando los árboles comenzaron a dejar una mayor distancia entre ellos, Lay supo que se estaba acercando a la corriente de agua, y aceleró, mientras fruncía el ceño en una mueca de temeridad.
Cuando estuvo a un par de metros del surco, empujó con fuerza la moto hacia arriba, dándole tiempo a ponerla sobre una sola rueda antes de que volara por encima del agua.
Gritó con todas sus fuerzas, disfrutando al máximo de aquella sensación de estar en el aire.
La moto cayó con fuerza en el otro lado, y volvió a encontrarse esquivando troncos, hasta que encontró el camino de tierra de nuevo.
Al poco vio como la extraña casa se alzaba entre los árboles. Leinkast, pequeño castillo, como le gustaba llamarla a ella, o como solía hacerlo antes de abandonarla, casi setenta años atrás. 
Frenó derrapando en la explanada que había frente a la entrada, levantando una nube de polvo. Después llevó su apreciado medio de transporte, al que llamaba Vinnig, veloz en su lengua, hasta el lado de otros dos vehículos, ambos todo-terrenos.
Subió los dos escalones del porche mientras se quitaba el casco y agitaba el pelo castaño en el aire. Antes de llamar al timbre, se buscó las dos rastas que definían su estilo y se las pasó por delante de los hombros. Estaba orgullosa de ellas. Se las había echo la última vez que tubo que cambiar de identidad, y estaba segura que ya no se las volvería a deshacer en mucho tiempo. En realidad, el aspecto que llevaba ahora le encantaba. Había conocido aquél estilo hacia relativamente poco, tal vez cincuenta años atrás, casi nada, pero no lo había probado hasta un poco más tarde, y desde entonces era adicta a las camisetas anchas, a los pantalones de camal ancho y a las deportivas.
Cogió aire y miró la fachada de aquél edificio, recordando el motivo por el que había regresado.
Frunció el ceño y pulsó el timbre. Medio segundo después se abrió la puerta, y un rostro con una melancólica sonrisa le recibió al otro lado.
-Te he escuchado llegar-dijo.

23 marzo 2010

Necrania II.

Ella levantó la vista, mientras su mano volaba rápidamente a la parte baja del mostrador, donde aguardaba una daga de filo mortal.
-He dicho-repitió en tono más serio, contornando los ojos-que está cerrado.
El otro se detuvo, como pensándoselo, pero volvió a avanzar, con una sonrisa socarrona en los labios.
Ella le analizó con la mirada rápidamente, sin que se le escapara ni un solo detalle. Y no era exagerar. Había nacido con un don muy extraño, y sus pupilas se podían dilatar y disminuir de tamaño a su antojo, teniendo así la posibilidad de ver entre las sombras, y con un zoom diez veces mayor del normal en cualquier otro que fuera como ella. Por ello, si bien no pudo verle la cara por que la llevaba tapada con una capucha, localizó con facilidad la daga que colgaba del cinturón del desconocido, aunque estuviera cubierta por aquella larga chaqueta. En cuestión de segundos, con un rápido movimiento fuera del alcance de cualquier ser humano, lanzó su propia daga hacia el extraño.
El filo de acero cortó el aire, provocando un siseo. Sin embargo se detuvo cuando aquella extraña figura lo atrapó en el aire, justo antes de que le atravesara el corazón.
Él frunció el ceño, pero sonrió.
-Hmm… podrías haberme echo daño, Weise.
Aquella voz la golpeó como un mazo, sacando a la luz cientos de recuerdos que habían quedado enterrados en su subconsciente, pero lo que más le sorprendió fue volver a escuchar su autentico nombre, perfectamente entonado en el idioma que le correspondía.
-Tier?-el nombre acudió a sus labios como un acto-reflejo, sin terminar de creerlo.
-Claro que si! Acaso no me reconoces? Vamos! Tampoco he cambiado tanto! -Rió- acaso has perdido cualidades visuales?
Ella frunció el ceño con el chiste malo. Se llevó las manos a las caderas. Tenía tantas preguntas… Llevaba más de setenta años sin ver a uno de los Tien.
-Que narices haces aquí?
-Yo también me alegro de verte… -se acercó a un libro y lo examinó, con cara de aburrimiento.
-Tier… no puedes estar aquí-se llevó la mano a la piedra anaranjada, preguntándose por que demonios no se estaba retorciendo de dolor en el suelo-las piedras…
-No-negó con la cabeza seriamente mientras sacaba de debajo de su camiseta una cadena, con una piedra azul en el extremo- las piedras ya no funcionan.
-Co-como que no…?
El miedo se apoderó de ella. Si las piedras habían dejado de funcionar… solo había una posibilidad. Y era tan increíblemente dolorosa que se le hacia imposible el simple echo de contemplarla. Sin embargo, Tier la miraba ahora seriamente, con un brillo de tristeza en los ojos castaños, y ella percibió que el mensaje de la muerte también estaba en ellos.
-No puede ser…-dejó caer los brazos y miró a Tier- quien?
-Conor-se mordió el labio inferior, mientras bajaba la vista.
Aquel nombre sonó tan cortante como el filo de un cuchillo, y dolió más que si se lo hubiesen clavado en el pecho. Abrió la boca para decir algo, pero no pudo. Apretó los puños, sintiendo que las piernas le flaqueaban y que las lágrimas acudían a sus ojos, tornando su visión borrosa.
-Conor…-repitió el nombre cuando por fin pudo hablar.
Imposible. Conor no podía estar muerto. No. Ellos eran inmortales, era imposible, simplemente absurdo. Además, él era uno de los más fuertes de los Tien, uno de los más fuertes de los diez. Por no hablar que era una persona maravillosa, siempre risueño, dispuesto a animar al demás incluso en los peores momentos, capaz de asumir el dolor de los demás como si fuera propio. Maldito con el don de la empatía (que le obligaba a ponerse siempre en el lugar del otro, siéndole imposible odiar a nadie, pero si compartir el dolor con los que le rodeaban) y agradecido con la vida que le había tocado, de todos modos. Jamás se quejó.
-Maldita sea!!-Weise golpeó la mesa, astillándola.
Hacia tiempo que no liberaba su fuerza, y ahora estaba realmente furiosa. No quería aceptar que nunca más pudiera volver a ver aquellos ojos dorados. La rabia se apoderó de ella, pero respiró un par de veces para calmarse.
-Como ha sido?-preguntó.
-Conor se había retirado a un pequeño pueblo montañoso, apartado de las grandes ciudades, lejos de las aglomeraciones. Ya sabes… su don… -Weise asintió mientras cerraba los ojos con fuerza, para evitar que las lágrimas continuaran cayendo- Vivía tranquilamente y en paz, por lo que tengo entendido, desde que se retiró allí hace algo más de setenta años. Como ya sabrás, seguía investigando aquello que dejamos. Estaba prohibido pero él… Vamos! Quien diablos le iba a castigar? Qué más podían hacerle? Le daba completamente igual que estuviera prohibido.
Hizo una pausa, y Weise hubiera jurado que la voz le había temblado al hablar.
-Fue hace una semana. Alguien se presentó allí. Le atravesó el corazón con su propia espada.
Ella apretó de nuevo los puños. Sintió claramente como el odio y la impotencia se apoderaban de ella por igual.
-Quien fue el desgraciado?-dijo, como firmando una sentencia de muerte.
Tier suspiró y bajó la vista.
-No lo sé, no vi nada extraño. Ni huellas, ni marcas. No forzaron la puerta ni ninguna de las ventanas. Es como si el asesino se hubiese esfumado sin más de allá dentro-volvió a hacer una pausa- A mí me llamó un chaval. Uno de los pocos humanos que conocía a Conor. Se ve que le llevaba el periódico todas las semanas. Lo encontró muerto -miró al vacío durante unos segundos- me llamó a mi por que… Vio mi número en una agenda que Conor siempre llevaba con él. Le hice olvidar la escena del cadáver, y dejé una nota… ahora creé que Conor se ha mudado a Florencia-sonrió amargamente. Después quemé el cuerpo.
Weise asintió, asimilando aquella dolorosa información conforme le fue posible. Tier la abrazó, para intentar consolarla, y buscar a la vez consuelo a la vez.
Ella cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación de sentir que te abraza uno de los tuyos. Hacía cien años que no podía sentirla, y entonces se dio cuenta de cómo la había echado de menos, pero era parte del castigo que tenía que cumplir, y que ahora se había desecho.
No pudo evitar pensar en Conor. Había muerto sin sentir aquello una vez más, sin sentir aprecio de aquellos que tanto le querían. Alguien como él, tan noble, amable y pacífico, con el alma más pura que se podía encontrar.
-Tenemos que encontrarlo-susurró Weise sin deshacer el abrazo-Y matarle.
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22 marzo 2010

Necrania.

Londres parecía quererse ocultar del resto del mundo aquella tarde, cubierta como estaba por aquel denso manto de nubes grises que lloraban, mojando las calles, los edificios, las carreteras, y todo lo que quedaba expuesto a ellas.
Pocas personas salían con aquel tiempo, y las pocas que lo hacían era por que no tenían otra opción, y se abrigaban antes de aventurarse al exterior de sus hogares bien climatizados, para luchar entonces contra el viento helado que acompañaba a la lluvia, que sin saber como les calaba hasta los huesos, a pesar del paraguas o del impermeable, que nada podían hacer cuando esta y el aire se unían.
Las gotas golpeaban salvajemente el cristal trás el que unos ojos atentos escudriñaban la ciudad con su mirada esmeralda, sin que nada escapara a ella, buscando algo de inspiración, que parecía haberse esfumado aquél día.
Suspiró, y volvió la vista a la hoja en blanco que tenía delante, que se burlaba de ella.
-Muy bien-se rindió-otro día será.
Y sin decir nada más se levantó de la silla que quedaba pegada a la ventana, y le dio la espalda a la imagen de un Londres entrado en primavera, para dirigirse a la cocina.
Era un día perfecto para tomar chocolate con churros, pero incumpliendo una vez más una de las normas no escritas, ella abrió el refrigerador y se sirvió un buen baso de acuarius.
Mientras lo bebía, apoyada contra la encimera de mármol negro, los recuerdos de días mejores la asaltaron a traición, provocándole una inmensa sensación de nostalgia, que, curiosamente, aparecía mucho más de lo normal ultimamente, y hacia que se comiera la cabeza intentando recordar aquello que prácticamente había quedado olvidado, pero que seguía allí.
Siempre seguiría allí.
Como olvidar más de trescientos años de historia, sus orígenes, los antiguos días, a los que los actuales envidiaban por carecer que aquella irritante monotonía y aburrimiento. En fin, por lo menos, los días actuales eran seguros, y no se jugaba la vida en cada momento, y mucho mejor, no se jugaba la vida de otras personas.
De hecho, lo único que tenía que hacer actualmente consistía básicamente en escribir algún artículo de vez en cuando, y encargarse de la pequeña librería que tenía en la planta baja de la casa.
-Que emocionante-rió para ella misma.
Cuando terminó, estuvo varios minutos con la frente apoyada contra el cristal, intentando encontrar la razón a aquel estúpido sentimiento que la corroía, aquel miedo a olvidar, aquella sensación de que le faltaba algo importante que no había comenzad a echar en falta hasta hace poco.
Instintivamente se llevó la mano al pequeño colgante anaranjado que siempre llevaba con sigo, colgado de una fina cadena de plata, y el miedo acudió de pronto, para luego desaparecer tan rápidamente como había llegado, al pensar en aquellas personas tan importantes para ella, y en el improbable caso de que algo malo les hubiese ocurrido.
No, es imposible. Saben cuidarse muy bien.
Sacudió la cabeza y sonrió, intentando buscar algún modo de apartar aquellos horribles pensamientos de su cabeza, y entonces recordó que tenía unos libros empaquetados aún, y que tenía que ordenarlos y colocarlos en las estanterías de la librería.
Bajó hasta la planta baja, donde había establecido el pequeño comercio hacia ya dieciocho años, cuando llegó a Londres.
Y eso le recordó que ya era hora de mudarse de nuevo, muy a su pesar. Amaba aquel lugar, siempre le había gustado, más que cualquier otro en el que había vivido, pero no podía quedarse a vivir en un mismo lugar más de veinte años. Siempre tenía que mudarse antes de que la gente se diera cuenta que con el tiempo su aspecto no cambiaba, y que se mantenía siempre igual, como si el peso de los años no le afectara.
De echo, no lo hacía.
Y con el cambio de dirección, un cambio de nombre, apellidos, cuenta bancaria y aspecto.
Una vida dura, pero era el precio de su longevidad. Tenía que evitar a toda costa que la gente notara que ella no era normal.
Normal, repitió la palabra en su mente con una sonrisa socarrona dibujada en los labios.
¿Y que narices era normal? ¿Qué diablos había sido normal en toda su vida? Absolutamente nada. Ni juntando todas las experiencias de los habitantes de aquella gran ciudad se obtendría la centésima parte de las que ella había vivido. En parte se sentía agradecida por ello, pero por otra odiaba haber tenido aquel pasado, y odiaba que todas las noches las mismas pesadillas atormentaran su sueño, una noche tras otra, durante más de cien años seguidos, sin dejarla descansar en paz un solo dia.
Pesadillas en las que los rostros de los inocentes caídos le recordaban una y otra vez que les había traicionado, que era una cobarde y que se odiaba a ella misma por ello.
El sonido de una campanilla la sacó de su estado de meditación, y la devolvió a la realidad, gesto que ella agradeció.
Levantó la vista hacia la puerta, que estaba abierta de par en par.Y vió una oscura figura que esperaba a ser invitada a entrar.
-Lo siento, pero está cerrado-dijo ella-Abrimos a partir de las seis.
Dicho esto, regresó a la tarea de ordenar los libros, dando por seguro que la persona se daría la vuelta, saldría por donde había entrado y regresaría más tarde, o ya no lo haría en todo el dia.
Pero arrojando sus figuraciones por el suelo, la persona avanzó con paso firme y seguro hacia el interior de la tienda.

21 marzo 2010

Moonlight y Moonlife I

Ella estaba apoyada en la barandilla, como algunos dias atrás, contenplando el astro niveo que acudia todas las noches a alegrar a los amantes de la oscuridad. Sintiendo dellabú, escuchó pasos a sus espaldas, pero no se dio la vuelta. Él avanzó hasta ella y se apoyó también.

- Hermosa luna…-dijo.
- Si…
- Es curioso… sentir que no haces nada en el mundo… que todo es un tremendo error… y de pronto conocer algo que te es familiar, sin saber po r que, y notar que estabas destinado a conocerlo, y a permanecer a su lado, pasara lo que pasara. Sentir que forma parte de ti, y que tú le entregas parte de tu alma. Sin ello no puedes vivir. Si se aleja, se lleva una parte de ti. Sientes que no necesitas nada más que estar a su lado para ser feliz, y no hace falta más que mirarlo para saber que merece la pena luchar. Le debes la vida, y todo lo que tienes.
- Le debes la vida a la luna, Moonlight?-ella esbozó una cálida sonrisa.
Él sonrió también. Sabia que ella era perfectamente consciente que no se refería a la luna.
-No, Moonlife. A la luna le debo el haberme guiado hasta ti con su pálida luz de plata.


Azura. E. Schuy

12 marzo 2010

Juramento


La luna azul reflejada sobre el mar ilumina tu rostro, descubriendote, disolviendo el velo trás el que te ocultas, y haciendo que tus sentimientos salgan a la luz, siendo yo capaz de leerlos como si fueran un libro abierto.
Sin necesidad de que pronuncies una palabra que desgarre el oscuro y acogedor silencio de la noche.
Y como decirte que siento lo mismo?

Como explicarte que mi vida gira a tu alrededor, y que no hay diferencia para mí entre la vida y la muerte si tu no estás a mi lado?
~~~~
Por fin, tus labios se separan, y aunque tus ojos no me miran, se que me hablas a mí. Tu meliodosa voz suena en mi cabeza y en mi corazón al mismo tiempo, y dejo que me acune mientras me preguntas, observando el horizonte.
~¿Qué es el mar?
Tus palabras me sorprenden, y en mi interior se enciende la curiosidad cuando veo tu expresión serena y plácida, pero a la vez expectrante y misteriosa.
Esperas una respuesta.
La voz, quebrada, se abre paso entre mis labios, que sueñan con sentir el calor de tu piel algún día.
~El mar... prefundo, puro, eterno.
En tu boca aparece uns sonrisa, y me pregunto, ingenua, si he escogido bien la respuesta.
Los segundos pasan, arrebantandonos cruelmente cada uno un poco de vida, pero envolviendonos con ternura a la vez en un suabe silencio, mientras la suabe marea mece la espuma, cantando una nana junto a la fria brisa, que, jugetona, revuelve tu cabello azabache, que, sedoso y ligero, responde al juego bailando en el aire.
~Profundo -dices al fin- como tus ojos, en los que he caido sin remedio, atraidos por tu dulce encanto, y en los que me pierdo con gusto cada momento, hechizado como estoy de ellos.
>Puro... como el sentimiento que me provocas, y que nace de mi como el agua de un arrollo, limpia y clara.
>y eterno... como el juramento de amor que ahora, bajo la atenta vista de cada una de las estrellas que esta noche nos observan desde el firmamento, te hago, al prometer que te amo, que siempre te he amado, y que te amaré incluso aunque mi corazón deje de latir, y aunque el tiempo borre lo que algún día fui...

Azura E. Schuy