09 agosto 2011

Jack the ripper. Capítulo I, escena III

Londres era una enorme e importante ciudad a finales del siglo XIX, pionera en industria y descubrimientos, alzada sobre la base del orgullo de sus ciudadanos. En ella, cada día tenían lugar docenas de acontecimientos que, importantes o no, debían llegar a los habitantes de la capital inglesa con el mayor lujo de detalles. Sin embargo algunas veces la publicación de ciertas noticias se consideraba “innecesaria” por personas influentes, importantes, personas que ocupaban altos cargos y que no deseaban que ciertos sucesos se dieran a conocer, y la mayor parte de las veces lo conseguían, gracias a “generosas donaciones” a los directores de los medios de comunicación, que podían convertirse en amenazadoras advertencias en su defecto.
Sin embargo, algunos periódicos se atrevían a publicar artículos que podrían enfurecer a más de una entidad. Uno de ellos se enorgullecía de llevar el nombre de London's shadow, y había conseguido situarse en uno de los primeros puestos en las listas de popularidad, sorteando todos los obstáculos que se le presentaban. Pese a ello, el London’s shadow continuaba editándose en las pequeñas oficinas donde lo había hecho desde su fundación, cuarenta y siete años atrás, en un pequeño edificio céntrico cuya fachada pasaba fácilmente desapercibida entre las grandes estructuras que se alzaban en el núcleo de la ciudad.
La fachada estaba cubierta de una rojiza cara vista, que otorgaba aquella sencilla elegancia que quedaba rematada por la puerta principal, que consistía en dos hojas de madera noble no demasiado trabajada, y que permitía el acceso al edificio.
El interior tampoco destacaba particularmente. A parte de una pequeña secretaría, las otras estancias se repartían dividiéndose en despachos y salas de redacción, en las que siempre flotaba un murmullo constante compuesto del sonido de cucharas chocando contra la porcelana de alguna taza, el frenético tecleo de los periodistas en las máquinas de escribir, la campanilla del recién instalado teléfono y susurros que en ocasiones hacían pedazos la concentración de algunos trabajadores. Por ello, cuando Evangeline Evans entró en la sala referida a asuntos policiales y política, abriendo la puerta de un portazo y maldiciendo en voz demasiado alta.
La mayoría de personas que había en la sala la miraron de forma no demasiado amable, pero otras se limitaron a suspirar, acostumbrados ya al comportamiento de la extraña mujer y a su difícil carácter.
Cuando Evangeline llegó hasta su mesa y se dejó caer sobre la antigua silla acolchada después de dejar la cámara con cuidado en el suelo, todos retomaron su trabajo allí dónde lo habían dejado. Todos menos una mujer que continuaba observando a la recién llegada desde su escritorio, apoyando la cabeza, cubierta de rizos dorados, sobre las manos, cuyas uñas aún contenían restos de esmalte rojo.
-¿Qué ha pasado esta vez, pequeña?-preguntó en voz demasiado baja para que los demás escucharan, pero lo suficientemente alta para que Evangeline sí pudiera hacerlo.
Evangeline levantó la mirada hacia la rubia, que le dedicó una amplia sonrisa, y suspiró, inclinándose hacia delante para apoyar uno de los codos en la mesa. Se preguntó si Morgan se cansaría algún día de hacerle esa pregunta.
-Vamos, puedo ver en tu mirada que has tenido algún contratiempo- insistió Morgan, enredando uno de sus rizos rubios en los dedos-. A mí no me engañas.
Cierto, no podía engañarla, habían sido compañeras durante demasiado tiempo como para intentar siquiera ocultarle algo.
-¿Ha pasado algo en Whitechapel, verdad?
Evangeline volvió a suspirar, asintiendo, y Morgan hizo un gesto de satisfacción. No solía equivocarse, ya estaba muy acostumbrada a las desventuras de aquella joven, desde las peleas con los jefes del London’s Shadow (que la calificaban de insolente pero no tenían las suficientes agallas como para prescindir de una periodista tan excelente como ella) hasta las amonestaciones que recibía por meterse en lugares privados o por hurgar en asuntos que no le incumbían.
-Sí… me encontré con la policía metropolitana-respondió por fin Evangeline, utilizando el mismo tono de voz que Morgan.
-Oh, pero sabías que eso iba a pasar-dijo la rubia, alzando una ceja- el informador de esta mañana nos dijo que la policía ya había llegado a la escena del crimen.
-Sí, sí, lo sé. Pero… Intentaron echarme –Evangeline cogió una de las plumas que descansaban sobre su escritorio, y se puso a observarla sin interés.
-¿Intentaron echarte? Bueno, supongo que esta vez no te resistirías… -aventuró, pero el silencio de su compañera fue suficiente como para demostrarle que se equivocaba.- ¡Evangeline! ¿Otra vez? Ya hemos tenido muchos problemas con tus… -dejó de hablar al ver que uno de los periodistas la miraba seriamente. Al parecer había alzado demasiado el tono de voz. Se apresuró a enmendarlo.-Ya hemos tenido muchos problemas con tus conflictos con la policía metropolitana.
Evangeline agitó la pluma en el aire.
-¿Crees que no lo sé, Morgan?-dijo, en un tono malhumorado- pero no esperarás que deje que me echen a las buenas. Después de todo, soy una periodista, informo al mundo de lo que ocurre, no veo por qué no debería hacer mi trabajo.
Morgan pareció querer decir algo, pero se limitó a poner los ojos en blanco.
-Además, son todos unos incompetentes de mentes cerradas. Me sacan de quicio, son tan fanfarrones pensando que son capaces de todo, cuando en realidad no son capaces de ver más allá de su…
-Oh -interrumpió Morgan de pronto, y esbozó una media sonrisa- Así que te has encontrado con Abberline, ¿eh?
Evangeline intentó disimular su mueca de sorpresa dirigiendo la mirada en dirección contraria al escritorio de su compañera.
-He dado en el clavo, soy genial-Morgan repitió el gesto de satisfacción, y Evangeline frunció el ceño- Y, cuéntame, ¿Qué tal todo?
-¿Qué quieres decir? Continua siendo tan insoportable como siempre lo ha sido. Parece un infante atrapado en un cuerpo de adulto.
-Un cuerpo bastante apuesto, por cierto.
La divertida mirada de Morgan hizo que Evangeline sonriera.
-Sí, muy apuesto… -dijo, en un tono de no muy logrado sarcasmo- Será por ello que tiene más éxito con las mujeres que en su trabajo.
-Vamos, no seas cruel. Sabes que es el mejor detective de todo Londres, ha resuelto más casos por sí mismo que el cuerpo metropolitano, incluso más que la Scotland Yard.
-Bah, pierde todo su mérito después de haberse pasado tantos meses en la sombra.
-Estoy segura que Abberline ha tenido sus motivos para ello. Ser detective debe ocasionar mucho estrés, y ni siquiera tiene una mujer a su lado que le ayude con eso… -Morgan lanzó una mirada furtiva a su compañera.
-Oh, no me extraña. ¿Qué clase de mujer soportaría a semejante?-su pregunta obtuvo como respuesta otra de aquellas características miradas- Morgan, ni se te ocurra pensar que yo…
-Vamos, vamos, tendrás que reconocer que sería un buen partido para ti… rico, atractivo, joven-dijo, y sonrió- además, ambos sois igual de tozudos… Aunque conociéndote sólo le utilizarías para obtener información con la que trabajar.
Evangeline le lanzó una mirada de falso horror.
-¡No pensará que soy una de esas estiradas damas que se casan con hombres por algún tipo de interés!
Morgan rió ante la teatral escena.
-No, pero deberías pensar en ello.
-No necesito a ningún hombre, y menos a Abberline -sentenció ella.
-Una pena… si yo pudiera quitarme de encima veinte añitos, iba a por él.
Evangeline rió.
-Te gustan demasiado los veinteañeros con cara bonita.
-Bueno, es que me aburro demasiado entre estas cuatro paredes, necesito aprovechar cualquier tipo de distracción.
La conversación terminó con la risa de ambas antes de que volvieran a sus quehaceres. Morgan estaba redactando un artículo sobre la demolición de un importante teatro que había quedado reducido a escombros y ceniza después de que un incendio lo devorara por completo. Sus ojos verdes no se separaban de la hoja en la que escribía, y su boca no era más que una línea en un rostro que denotaba concentración.
Evangeline, al contrario que su compañera, era incapaz de concentrarse en nada. Demasiadas excitaciones aquella mañana, sobretodo en la parte que había preferido omitirle a Morgan: que la policía había intentado detenerla por desobedecer órdenes directas, y pese a que ella se había resistido, estaba segura de que habrían conseguido llevársela si el agente Abberline no hubiese intervenido y convencido al inspector de que la dejara libre. Chasqueó la lengua al pensar en ello. En parte le estaba agradecida, y  eso era precisamente lo que la ponía furiosa. No quería deberle nada a nadie, y mucho menos a ese individuo con aires de superioridad.
Además, conocía demasiado bien al agente como para saber que él siempre recordaría la ayuda que le había prestado, y que se la echaría en cara siempre que tuviera ocasión, no sería la primera vez, de hecho.
Cerró los ojos y respiro hondo. No era momento de perderse en sus recuerdos, y para evitar seguir pensando en Abberline y el pasado que la mantenía unida a él, centró la atención en su preciada cámara. El aparato era uno de los más novedosos del mercado, y aún no se habían puesto a la venta en Londres. Lo cierto es que había mentido a Abberline a cerca de su origen, pese a que poseía una pequeña fortuna que le permitía vivir consintiéndose ciertos caprichos, nunca los hubiese utilizado para algo así, por no hablar que hubiese sido imposible conseguir una cámara como aquella sin tener buenos contactos.
No, la cámara había sido un regalo. Un mensajero se la había llevado hacía cosa de tres semanas a su residencia, junto a un sobre que contenía una orquídea blanca. No había ningún nombre en el remitente, pero tampoco le había hecho falta para descubrir de quién se trataba.
Gauthier, no podía ser otro. Había recibido otros dos obsequios suyos desde que le conoció casi un año atrás, pero nunca tan caros. Al principio había pensado en buscarle, hacerle una visita y devolvérsela, pero sabía que Gauthier se lo tomaría como una ofensa, y que lo mejor era quedársela.
Sonrió, agradeciendo aquél obsequio, y acarició las pequeñas iniciales que habían escrito en uno de los lados. Sus iniciales, E.E.
Pensó que lo mejor sería ir a revelar las pocas fotos que había conseguido hacer al cadáver de la prostituta, llamada Mary Anne según la gente a la que había preguntado, antes de que el primer agente la hubiese interrumpido. Una foto siempre le daba más dramatismo a una noticia, noticia que por supuesto ella se encargaría de redactar.
Lo cierto era que los asesinatos de las mujeres de calle estaban a la orden del día, sobretodo en la zona de Whitechapel, pero eso no era motivo suficiente para no informar sobre ellos. Sin embargo, necesitaba un par de datos más para que el artículo fuera lo suficientemente suculento.
-¿A dónde vas ahora? No llevas ni una hora ahí sentada-Morgan levantó la vista de su máquina de escribir cuando vio como Evelyn cogía su cámara y su pequeña cartera y se levantaba de su mesa.
-Ah, pues… a indagar-su compañera a penas le prestó atención, y salió rápidamente de la sala antes de que ella pudiera hacerle más preguntas.
-A indagar, ¿eh? Bueno, pequeña, sólo espero que no te metas en más líos-murmuró Morgan tras quedarse sola, antes de volver a su trabajo.