26 marzo 2010

Necrania IV.

-Te he escuchado llegar-dijo.
-Biel… Cuanto tiempo.
-Demasiado.
Y ambas se fundieron en un cálido abrazo, mientras los recuerdos de su antigua vida juntas recorrían sus mentes. Si, demasiado tiempo, no cabía duda.
De pronto, una voz sonó a sus espaldas.
-Biel! Quien…? -entonces, entró en la estancia un chico alto, con el cabello rubio oscuro, y unos increíbles ojos azules- Oh, Lay.
-Hola Dought-sonrió ella.
Ya había supuesto que si Biel estaba en la casa, Dought estaría también. Antes de cruzar Hek, tantos años atrás, ellos habían sido inseparables, y no era una forma de hablar. Donde iba uno, iba siempre el otro, como si no pudieran vivir separados.
Al poco tiempo, hicieron el eed van liefde, la promesa de amor, donde se habían jurado fidelidad, y donde se habían comprometido a llevar consigo siempre el corazón del otro.
Esa era la manera de contraer algo así como el matrimonio en el lugar de donde ellos venían, pero era algo más que un rito ceremonial.
Por eso todos pensaron que no podrían soportar separarse cuando al llegar a Land, la tierra de los humanos, tras cruzar Hek. Sin embargo, tuvieron que hacerlo, como todos.  No tuvieron otra opción después del engaño que los había condenado a la vida que llevaban. O que habían llevado, hasta ahora. Hasta la muerte de uno de ellos.
Y ahora, después de más de setenta años sin poder rozarse, sin poder estar a más de cien metros uno del otro, sin poder comunicarse más que con lejanas miradas, podían estar juntos de nuevo.
Mientras que ambos caminaban delante de ella, cogidos de la mano, Lay se fijó en que Dought casi no había cambiado, pero Biel, sin embargo, si.
La última vez que la vio llevaba el pelo corto, y ahora le caía un poco más debajo de los hombros, e iba vestida muy colorida, nada que ver con la ropa de batalla con la que estaba acostumbrada a verla, o mejor, con la que estuvo acostumbrada a verla.
Con cada paso que Biel daba, sonaba un tintineo. Lo situó rápidamente en su muñeca, donde bailaba una pulsera de cascabeles.
Pero había algo que no era un cascabel, si no una pequeña piedra rosada.
Se llevó la mano al final de su rasta rubia, donde junto a otros abalorios, quedaba disimulada la suya, de color violeta.
Frunció el ceño. Aquella piedra le había impedido estar con aquellos que quería, con su única familia, pero ahora que Conor había muerto… ya no funcionaba, tal y como Tier le había dicho por teléfono hacia un par de semanas.
Evocó en su mente aquella conversación.
Había sido uno de los peores momentos de su vida. Había sido como si algo se le hubiese roto en el alma, y desde entonces sentía un pequeño vacío que sabia que ya no iba a poder llenar nunca más.
Al fin y al cabo, Conor era único, como cada uno de ellos.
Tier le había dicho que lo habían asesinado, y que iba a reunir a los que antiguamente fueron los Tien, para juntos vengarle, tal y como se hacia en su tierra. Ella por supuesto aceptó sin pensarlo dos veces, deseando que no tardaran mucho en encontrar al asesino, y cortarle la cabeza con la propia espada de su amigo caído.
Y ahora allí estaba, en el punto de encuentro. Recordaba cada rincón de Leinkast, aunque hubiese pasado prácticamente una generación humana desde que la visitaba. La verdad es que ahora estaba mucho mejor que entonces, a pesar del tiempo que llevaba en pié. Sin duda, Dirk la había cuidado con mimo.
Él siempre había amado esa casa. Tal vez fuera una de las pocas cosas en Land que le gustaban, tal vez por que le recordaban a su hogar. La había mantenido en perfecto estado, había arreglado los desgarros del tiempo y había restaurado cada uno de los muebles que había allí.
Claro que también, aquí y allá, había pequeños cambios que Lay no recordaba, sobre todo algunos muebles más modernos en rojo y negro.
Me pregunto que aspecto tendrá Dirk ahora.

1 comentario:

  1. *_* yo tambien me pregunto que aspecto tendra Dirk ahora
    OH! esto es como el tabaco, engancha mucho
    nunca te lo dejes!
    ;D

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