24 marzo 2010

Necrania III.

Por suerte, aquel bosque aún no había sido explotado por los humanos, tal vez por que estaba apartado de todas partes, establecido en un valle, y que la ciudad más cercana estaba a más de tres horas y media de viaje circulando por estrechas carreteras que tenían en su mayoría accesos peligrosos, a no ser que supieses escoger el camino correctamente.
A esas horas al ambiente era un poco siniestro, con la niebla del rocío del amanecer a ras del suelo, y la tenue iluminación que el gran astro podía ofrecer cayendo pálidamente sobre las ramas aún desnudas de los árboles que comenzaban a rebrotar y a despertar de su larga hibernación.
Pero no tenía ni punto de comparación con el aspecto, realmente oscuro y tétrico, de aquellos bosques nórdicos a la caída del sol, cuando los lobos aullaban y la luna bañaba con su luz de plata todo aquel territorio, haciendo que pareciera sacado de un cuento gótico.
Y como en todo cuento gótico, había una casa apartada y perdida en medio del bosque, retando a la vegetación que le envolvía, y permaneciendo en pié a pesar de la extraña y fría climatología de aquella región.
Se alzaba magnifica, con su aspecto de castillo en miniatura y su fachada decorada con arcos y pequeñas gárgolas talladas en la piedra de la pared frontal. Además, el rededor del edificio también estaba muy cuidado, al igual que los caminos de tierra que la comunicaban con el lago, que se extendía un poco más allá.
De momento, un sonido sordo rompió la tranquilidad de aquel lugar, haciendo que los pájaros que descansaban en las ramas alzaran el vuelo, y las pocas ardillas que habían despertado ya de su sueño invernal corrieran a esconderse, mientras que las mas valientes, sintiendo curiosidad por el origen de aquel extraño sonido, se asomaron al camino de tierra.
Descubrieron una moto que circulaba a gran velocidad, como un destello plateado. Saltaba en las irregularidades del camino, y mantenía el equilibrio en una sola rueda en ocasiones, obedeciendo siempre al conductor, como si fuese una leal montura que se fusionaba perfectamente con la mente de su jinete. Un jinete que se sentía libre en todo momento que pasaba encima de aquella moto, y que disfrutaba enormemente sintiendo como el viento le revolvía el cabello a la vez que el paisaje pasaba borroso a toda velocidad a ambos lados del camino.
Era una de las pocas sensaciones que Lay podía disfrutar aún. Rió cuando el polvo se alzó a ambos lados cuando giró una curva a gran velocidad. Entonces fue cuando vio a un magnifico animal, un cervatillo bastante joven, cruzar el camino.
En cuestión la décima parte del tiempo que dura un parpadeo, ella envió la orden a sus brazos, y el manillar giró rápidamente, saltando de lleno en el interior del bosque para esquivar al animal.
Esquivó los gruesos troncos a toda velocidad, mientras que reía, agradeciendo al ciervo aquel reto. Paró de hacerlo cuando recordó que aún no había pasado el rio, y que solo se podía hacer a través del puente de madera al que se accedía directamente por el camino.
O no?
Cuando los árboles comenzaron a dejar una mayor distancia entre ellos, Lay supo que se estaba acercando a la corriente de agua, y aceleró, mientras fruncía el ceño en una mueca de temeridad.
Cuando estuvo a un par de metros del surco, empujó con fuerza la moto hacia arriba, dándole tiempo a ponerla sobre una sola rueda antes de que volara por encima del agua.
Gritó con todas sus fuerzas, disfrutando al máximo de aquella sensación de estar en el aire.
La moto cayó con fuerza en el otro lado, y volvió a encontrarse esquivando troncos, hasta que encontró el camino de tierra de nuevo.
Al poco vio como la extraña casa se alzaba entre los árboles. Leinkast, pequeño castillo, como le gustaba llamarla a ella, o como solía hacerlo antes de abandonarla, casi setenta años atrás. 
Frenó derrapando en la explanada que había frente a la entrada, levantando una nube de polvo. Después llevó su apreciado medio de transporte, al que llamaba Vinnig, veloz en su lengua, hasta el lado de otros dos vehículos, ambos todo-terrenos.
Subió los dos escalones del porche mientras se quitaba el casco y agitaba el pelo castaño en el aire. Antes de llamar al timbre, se buscó las dos rastas que definían su estilo y se las pasó por delante de los hombros. Estaba orgullosa de ellas. Se las había echo la última vez que tubo que cambiar de identidad, y estaba segura que ya no se las volvería a deshacer en mucho tiempo. En realidad, el aspecto que llevaba ahora le encantaba. Había conocido aquél estilo hacia relativamente poco, tal vez cincuenta años atrás, casi nada, pero no lo había probado hasta un poco más tarde, y desde entonces era adicta a las camisetas anchas, a los pantalones de camal ancho y a las deportivas.
Cogió aire y miró la fachada de aquél edificio, recordando el motivo por el que había regresado.
Frunció el ceño y pulsó el timbre. Medio segundo después se abrió la puerta, y un rostro con una melancólica sonrisa le recibió al otro lado.
-Te he escuchado llegar-dijo.

2 comentarios:

  1. Está claro que vas a ser una de mis escritoras favoritas, así que cuando te hagas famosa acuérdate de mí :3.

    Más y ya.

    ResponderEliminar
  2. *_* ya saves lo que pienso
    me gusto especialmente como descriviste la parte donde salta el rio
    no dejes de escribir nunca :)

    ResponderEliminar