22 marzo 2010

Necrania.

Londres parecía quererse ocultar del resto del mundo aquella tarde, cubierta como estaba por aquel denso manto de nubes grises que lloraban, mojando las calles, los edificios, las carreteras, y todo lo que quedaba expuesto a ellas.
Pocas personas salían con aquel tiempo, y las pocas que lo hacían era por que no tenían otra opción, y se abrigaban antes de aventurarse al exterior de sus hogares bien climatizados, para luchar entonces contra el viento helado que acompañaba a la lluvia, que sin saber como les calaba hasta los huesos, a pesar del paraguas o del impermeable, que nada podían hacer cuando esta y el aire se unían.
Las gotas golpeaban salvajemente el cristal trás el que unos ojos atentos escudriñaban la ciudad con su mirada esmeralda, sin que nada escapara a ella, buscando algo de inspiración, que parecía haberse esfumado aquél día.
Suspiró, y volvió la vista a la hoja en blanco que tenía delante, que se burlaba de ella.
-Muy bien-se rindió-otro día será.
Y sin decir nada más se levantó de la silla que quedaba pegada a la ventana, y le dio la espalda a la imagen de un Londres entrado en primavera, para dirigirse a la cocina.
Era un día perfecto para tomar chocolate con churros, pero incumpliendo una vez más una de las normas no escritas, ella abrió el refrigerador y se sirvió un buen baso de acuarius.
Mientras lo bebía, apoyada contra la encimera de mármol negro, los recuerdos de días mejores la asaltaron a traición, provocándole una inmensa sensación de nostalgia, que, curiosamente, aparecía mucho más de lo normal ultimamente, y hacia que se comiera la cabeza intentando recordar aquello que prácticamente había quedado olvidado, pero que seguía allí.
Siempre seguiría allí.
Como olvidar más de trescientos años de historia, sus orígenes, los antiguos días, a los que los actuales envidiaban por carecer que aquella irritante monotonía y aburrimiento. En fin, por lo menos, los días actuales eran seguros, y no se jugaba la vida en cada momento, y mucho mejor, no se jugaba la vida de otras personas.
De hecho, lo único que tenía que hacer actualmente consistía básicamente en escribir algún artículo de vez en cuando, y encargarse de la pequeña librería que tenía en la planta baja de la casa.
-Que emocionante-rió para ella misma.
Cuando terminó, estuvo varios minutos con la frente apoyada contra el cristal, intentando encontrar la razón a aquel estúpido sentimiento que la corroía, aquel miedo a olvidar, aquella sensación de que le faltaba algo importante que no había comenzad a echar en falta hasta hace poco.
Instintivamente se llevó la mano al pequeño colgante anaranjado que siempre llevaba con sigo, colgado de una fina cadena de plata, y el miedo acudió de pronto, para luego desaparecer tan rápidamente como había llegado, al pensar en aquellas personas tan importantes para ella, y en el improbable caso de que algo malo les hubiese ocurrido.
No, es imposible. Saben cuidarse muy bien.
Sacudió la cabeza y sonrió, intentando buscar algún modo de apartar aquellos horribles pensamientos de su cabeza, y entonces recordó que tenía unos libros empaquetados aún, y que tenía que ordenarlos y colocarlos en las estanterías de la librería.
Bajó hasta la planta baja, donde había establecido el pequeño comercio hacia ya dieciocho años, cuando llegó a Londres.
Y eso le recordó que ya era hora de mudarse de nuevo, muy a su pesar. Amaba aquel lugar, siempre le había gustado, más que cualquier otro en el que había vivido, pero no podía quedarse a vivir en un mismo lugar más de veinte años. Siempre tenía que mudarse antes de que la gente se diera cuenta que con el tiempo su aspecto no cambiaba, y que se mantenía siempre igual, como si el peso de los años no le afectara.
De echo, no lo hacía.
Y con el cambio de dirección, un cambio de nombre, apellidos, cuenta bancaria y aspecto.
Una vida dura, pero era el precio de su longevidad. Tenía que evitar a toda costa que la gente notara que ella no era normal.
Normal, repitió la palabra en su mente con una sonrisa socarrona dibujada en los labios.
¿Y que narices era normal? ¿Qué diablos había sido normal en toda su vida? Absolutamente nada. Ni juntando todas las experiencias de los habitantes de aquella gran ciudad se obtendría la centésima parte de las que ella había vivido. En parte se sentía agradecida por ello, pero por otra odiaba haber tenido aquel pasado, y odiaba que todas las noches las mismas pesadillas atormentaran su sueño, una noche tras otra, durante más de cien años seguidos, sin dejarla descansar en paz un solo dia.
Pesadillas en las que los rostros de los inocentes caídos le recordaban una y otra vez que les había traicionado, que era una cobarde y que se odiaba a ella misma por ello.
El sonido de una campanilla la sacó de su estado de meditación, y la devolvió a la realidad, gesto que ella agradeció.
Levantó la vista hacia la puerta, que estaba abierta de par en par.Y vió una oscura figura que esperaba a ser invitada a entrar.
-Lo siento, pero está cerrado-dijo ella-Abrimos a partir de las seis.
Dicho esto, regresó a la tarea de ordenar los libros, dando por seguro que la persona se daría la vuelta, saldría por donde había entrado y regresaría más tarde, o ya no lo haría en todo el dia.
Pero arrojando sus figuraciones por el suelo, la persona avanzó con paso firme y seguro hacia el interior de la tienda.

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