The moon.

Luminor abrió la enorme ventana de cristal y dejó que la luz de la luna bañara su pálida piel y la estancia con sus rayos de plata.
La contempló, cautivado por su brillo, que se reflejaba en sus ojos, cansados ya de llorar durante tanto tiempo.
Contempló el paisaje nocturno desde allí, preguntándose cuanto tiempo estuvo tan encerrado en si mismo y apresado por las cadenas forjadas de dolor y sufrimiento.
Cuanto tiempo había estado ciego a las cosas realmente importantes.
A las cosas que le hacían sentir feliz.
Se preguntó en ese instante si había algo más hermoso que la luna, amiga de los corazones rotos, y guía de las almas perdidas en la eterna oscuridad de la tristeza. Se preguntó si algo brillaba con luz más pura, si existía alguna cosa que se pudiera comparar con su belleza de plata.
Recordó que sí al escuchar el débil gemido de la madera al abrirse la puerta que tenía a sus espaldas.
Se dio la vuelta, apartándose del vidrio transparente, para que los rayos níveos bañaran la figura que acababa de entrar en la habitación.

La luz tiñó de blanco su cabello azabache, e hizo que sus ojos rasgados y oscuros brillaran en la oscuridad. Sus labios escarlata dibujaron una tímida sonrisa, y su vestido de encaje negro se meció con la suave brisa que entraba por la ventana, bailando a su alrededor.

Si, desde luego existía algo que superaba en belleza a la luna.

Y en importancia, pues sabia muy bien que si la luna se apagaba, ella seguiría iluminando su vida, y regalándole una razón para vivir. Pero si ella se extinguía, no habría nada que le atara a la vida, y se iría apagando poco a poco, como una vela que se consume con el paso de los minutos, lenta y dolorosamente.

Susurró su nombre, rasgando el silencio que les envolvía, y ella se acercó hasta él.

Ambos se volvieron hacia la luna, y tenían la sensación que brillaban más que ella esa noche, pues en ellos ardía el fuego del amor incondicional, puro e indestructible, que se conservaría más allá que la muerte.