25 abril 2010

Wonderful dreams.

El ventanal estaba abierto, y una brisa de memorias dolorosas se colaba por él. Fuera, el frío ahondaba en el jardín, mientras la Luna pintaba la fuente y las flores de un plata entristecido, y la oscuridad jugaba con los sueños de los durmientes, transformándolos en pesadillas si le venia en gana.
Pero había alguien que aún no se dejaba vencer por el sueño, una joven que tenía miedo de cerrar los ojos. Su cabello liso caía por su espalda, mientras unos mechones oscuros se dejaban llevar por el viento, y bailaban con elegancia delante de su rostro. Sus pestañas se agitaron, luchando contra el hechizo del mundo imaginario. Sus mejillas tersas estaban húmedas, y en su boca roja asomaba una mueca de dolor.
Porque, mientras ella asomaba su cara por la ventana e intentaba, en vano, buscar las estrellas –ahora cubiertas por la espesura de unas nubes intrusas-, recordaba un suceso trágico. Tres años de un corazón vacío, un aniversario que no celebraba, pero que tampoco podía enterrar a puertas cerradas en los confines de los recuerdos.
Extrañaba tanto a su padre… su sonrisa cada mañana, escucharlo murmurar cinco imposibilidades antes del desayuno y, sobretodo, sentir sus brazos alrededor de ella, mientras susurraba su nombre con cariño.
No quería dormir, porque si lo hacía, soñaría con él, y al despertar, su imagen se desintegraría con los rayos del sol matutino y, como siempre, ella quedaría tan vacía y que se ahogaría en un llanto que la quemaría lentamente, y sabía que no podría soportarlo otra vez.
Hacía tantos meses que no había vuelto a sonreír… la diversión que había Inglaterra se había ido, siguiendo los pasos de su padre. Ahora, la sociedad no era más que un grupo de personas que seguían unas reglas y hacían lo mismo, una y otra vez.
Los cambios eran rechazados y las innovaciones repudiadas, nadie intentaba hacer algo diferente, ni se esforzaba por alcanzar límites hasta entonces desconocidos.
La habitación de la joven estaba cubierta de penumbras. Sólo algunos tímidos rayos lunares servían de iluminación en el negro que se comía las paredes y que escondía los detallados adornos. Debía ser tarde ya, porque sus fuerzas la traicionaban, y sus párpados parecían enormemente pesados. Su mente obligó a sus pies a llegar hasta el lecho, donde se dejó caer. La joven se dejó vencer por el cansancio y, abrazando la almohada con fuerza, se dejó arrastrar por el ladrón de realidad.
Unas lágrimas más adornaron sus ojos, que cerró con firmeza, rogando a su mente que le trajera un sueño en el que, por primera vez, pudiera escapar de la monótona y triste realidad, y poder sentirse feliz, aunque todo fuera una simple falsedad.

Un vestido rojo oscuro cubrió a la joven que, de pronto, se vio rodeada de una oscuridad total, sin luces plateadas ni sonidos nocturnos. Se asustó, pues no sabía que había bajo sus pies, o si se encontraría con algo más adelante. Al final, arriesgándose a encontrar lo que fuera que esperaba en la oscuridad, Alicia comenzó a mover sus pies, arrastrándose lentamente hacia la nada. Pronto, sus miedos fueron justificados. Dejó de sentir el suelo y se vio irremediablemente arrastrada hacia abajo, a las profundas tinieblas. Sus gritos formaron ecos, que sólo lograban ahondar más su temor. El cabello azabache que antes caía sobre sus hombros, ahora se veía agitados en todas direcciones, junto con la falda de su vestido, ya que eran fácilmente manejados por la precipitación de su caída.
De pronto, se detuvo precipitadamente, quedando suspendida en la infinidad del aire. Y, justo cuando se decidía a moverse, sintió cómo caía de nuevo, contra algo duro. Por fin había llegado a una superficie. No estaba segura de ponerse en pié, así que acarició aquel suelo con los dedos, para asegurarse de que era real. Parecía tierra, y estaba cubierta de hojas, supuso, ya que no podía ver nada, perdida como se encontraba en aquella tupida oscuridad.
No muy lejos, una luz con bordes azules se encendió y, a pesar que desconocía todo cuando la rodeaba, decidió que ir hacia allá era su mejor opción. Se puso en pie, y se dirigió a aquella muda invitación de luz. Un aire helado la rodeó cuando la luz se hizo más grande. El fulgor brillante se volvió hacia ella con más intensidad, rodeándola y cegándola por unos instantes. Sus ojos, lastimados por el resplandor, se vieron forzados a cerrarse.
Alicia, con la vista cegada, pudo percibir un cambio en el ambiente. Lentamente, fue despegando los párpados. Un hermoso panorama nocturno se trazó suavemente ante su mirada; los árboles permanecían inclinados con gracia, cómo si tiempo atrás hubieran hecho una reverencia a algún soberano. Tanto sus hojas, como la maleza húmeda que componían el paisaje, eran de un color verde oscuro que destellaba de azul, bañados como estaban por la luz de la luna, que brillaba en el cielo, mucho más grande de lo habitual. Sin embargo, a pesar de lo mucho que disfrutaba del colorido y armonía de aquel novedoso paisaje, tenía que salir de allí.
-Pareces necesitar ayuda.
La joven se sobresaltó, y giró en todas direcciones buscando de dónde podía proceder aquella voz, pero la única señal de vida que sus ojos presenciaron fue un gato, que se encontraba descansando sobre una rama de árbol. El felino era grande, más de lo que estaba acostumbrada a ver, pero lo más extraño era su pelaje, espeso y rayado, que lucía de manera espectacular en colores gris y azul. Al fijarse un poco más pudo ver que sus pupilas eran apenas una rendijas, delgadas y negras, y que miraban fijamente hacia ella. Sacudió la cabeza y continuó buscando al que había pronunciado aquellas palabras, ya que todo el mundo sabe que un gato no puede hablar.
Estaba a muy poco de darle la espalda al animal cuando éste esbozó una amplia y tenebrosa sonrisa, mostrando una ristra de dientes blancos y brillantes.


Con esa firme idea en la cabeza se sintió más relajada, en cualquier momento volvería a estar en su habitación. Se alegró, también, de que a sus veinte años aún pudiera crear algo tan ilógico como aquello. Aún no se había vuelto igual de aburrida que las personas que le rodeaban, aún conservaba una imaginación tan grande cómo la de su padre.
El felino desapareció, y se volvió visible a unos centímetros del rostro de Alicia, que dio un respingo. Sonriendo, el felino comenzó a flotar a su alrededor.
-¿No me dirás tu nombre? ¿O es que acaso careces de uno?
-Me llamo Alicia -respondió ella, sonriendo-¿Y tú?
-Mucha gente me conoce como Chesire...pero sin embargo, te permito que me llames Ches-hizo una pausa larga mientras flotaba lentamente en el aire-Y dime, Alicia. ¿De dónde vienes? ¿Dé muy lejos, de muy cerca o de en medio?
-De ninguno, vengo de arriba-respondió confundida.
Ches giró sobre sí perezosamente, sin apartar la mirada de la joven.
-¿De arriba, eh? ¿Una larga caída?
-Algo así…
El felino sonrió de nuevo, cómo si una idea hubiese surgido en su mente.
-Entonces debes estar cansada y sedienta. Te llevaré a la fiesta de té.
-¿Fiesta de té?
-Sí. El sombrerero va estar muy contento de tener una invitada más.
Todo sonaba cada vez más confuso, pero Alicia siguió a Ches sin rechistar cuando este comenzó a flotar entre los árboles. No estaba muy segura de querer seguir al gato, pero la curiosidad hizo su aparición, y venció a la desconfianza. Quería ver con que nuevas criaturas elaboradas por su mente se encontraban en su camino.
Después de unos minutos, el ramaje les abrió paso, dando lugar a un paraje muy distinto. En una explanada, descansaba una larga mesa, repleta de pastelillos, tazas y vasijas, y teteras, que humeaban, seguramente llegas de exquisito té caliente, ya que en el aire que se respiraba allí flotaba un olor dulzón y suave, muy agradable.
Un poco más al fondo, en la explanada,  se encontraba lo que parecía una vieja casa de madera, cuyo techo estaba recubierto de paja y, más arriba, en la punta del techo, lucían unas destruidas hélices de molino.
Cuando terminó de mirar a su alrededor, Alicia se fijó en una liebre, vestida de traje azul oscuro que se veía bastante inquieta, ya que temblaba bruscamente sentada frente a la mesa, mientras un tic se repetía una y otra vez en su ojo izquierdo. Frente a la liebre, había un ratón blanco, o una ratona, mejor dicho, ya que llevaba un diminuto vestido azul. El roedor estaba sobre la mesa, junto a una taza que le llegaba casi hasta la cabeza, puesto que estaba sobre las dos patas traseras.
-Te he traído un regalo, Tarrant. –dijo el gato, aún junto a ella.
Al principio Alicia no supo a quién se dirigía, hasta que distinguió en uno de los extremos de la mesa, a un tercer personaje, portador de un llamativo sombrero. La joven no pudo evitar fijarse en aquel inusual objeto. Era oscuro, adornado con un listón de color claro en la parte inferior de su circunferencia, de la que surgían algunos alfileres y plumas.  Debajo del sombrero se esparcía una cabellera rojiza y despeinada. Más abajo unas cejas del mismo color que la melena enmarcaban unos ojos que se elevaron hasta encontrarse con los de la joven. Alicia se sintió atrapada por el color que brillaba en aquellos ojos, de un tono verdoso que ella jamás había visto. Poniendo mayor atención, pudo distinguir también un cálido destello de color oro alrededor de la pupila izquierda, y un tono anaranjado rodeando la pupila derecha. Él extraño sujeto le regaló una resplandeciente sonrisa, a la que ella, sin saber por que, correspondió.
El sombrerero se puso de pie y se dirigió hacia ella, sorprendiéndola, ya que eligió cruzar por encima de la mesa a rodearla. Avanzaba agitando los brazos a los lados, para mantener el equilibrio, pues la mesa no era muy estable, y se balanceaba de un lado al otro. Sin embargo, parecía saber exactamente dónde estaba colocada cada cosa, puesto que las esquivaba con gran habilidad sin mirarlas. Alicia escuchó a la ratona protestar enfadada, ya que con los temblores de la mesa estuvo a punto de caer al suelo. Pero Tarrant no escuchó, ni la miró si quiera.
Por fin el sombrerero estuvo frente a ella y pudo observarlo mejor. Llevaba un listón colorido al cuello, que formaba una graciosa pajarita. Como vestimenta, una chaqueta del color de la tierra y un pantalón a juego, un poco corto, pues dejaban ver perfectamente los calcetines a rayas, que le arrancaron otra sonrisa a Alicia, así como los guantes que dejaban al descubierto unos blanquecinos dedos.
Podría haber estado descubriendo detalles de aquel personaje durante horas pero, sin embargo, se sintió fuertemente atraída de nuevo por aquellos extraños ojos, que la observaban sin parpadear. 
-Me llamo Alicia –mustió ella, dando el primer paso.
-Alicia –repitió le quitándose el sombrero y haciendo una pequeña inclinación- Mi pequeña dama. ¿Me harías el honor de acompañarme a tomar el té?
-Creo que nos has omitido a los demás, Tarrant –le dijo el gato, flotando a su alrededor.
-Lo siento –se disculpó el sombrerero, dirigiendo su divertida mirada a Ches, cómo si acabara de notar su presencia. -¿Nos acompañarías a tomar el té?
El gato asintió con una de sus amplias sonrisas, y de nuevo el sombrerero dirigió la mirada a la joven, esperando una respuesta.
-Por supuesto –exclamó Alicia.
El sombrerero se dirigió a su asiento –que era el más alto de todos-, subiendo de nuevo por la mesa, provocando otro alboroto. Cuando se sentó, sus ojos buscaron los de Alicia, que aún estaba en la otra punta, sin saber muy bien cual de los numerosos asientos tomar.
-¡Ven! –dijo, señalando una silla cercana a la de él-. Siéntate junto a mí.
La joven sonrió y se aproximó a Tarrant, rodeando la mesa.
-¿Y de dónde vienes, niña? –preguntó la ratona, observándola con fijeza.
-Ella me dijo que cayó de arriba, Mallymkun –contestó Sonriente por ella.
-Viaje cansando, pues…–opinó la ratona. -¿Entonces de dónde vienes se llama así? ¿Arriba?
-No –contestó Alicia, sentándose. –Se llama Inglaterra.
-Inglaterra, Inglaterra –repitió la liebre, cogiéndose sus propias orejas y retorciéndoselas hacia abajo-. No había escuchado de ese lugar… No, no había escuchado.
-¿Y cómo se llama… este lugar? –cuestionó Alicia.
-Estás en el mejor lugar que puede existir –respondió el sombrerero, inclinándose hacia ella-, el Submundo.
-¿Una taza, una taza? –ofreció la intranquila liebre.
-Sí, por favor –respondió Alicia, quien se moría por probar un poco de té.
La liebre tomó una taza y la arrojó hacia el rostro de la joven, quien recibió el gesto con algo de sorpresa. El objeto de porcelana giraba hacia ella. Pensando en que sólo se trataba de un sueño y que realmente no le haría daño, no se asustó, pero cuando lo vio a sólo unos centímetros de ella no pudo evitar sentir un poco de miedo y se echó hacia atrás, cerrando los ojos.
Cuando pensaba que el objeto colisionaría contra su cara, una mano rápida atrapó la taza en el aire. Al abrir los ojos, vio al sombrerero colocando la taza que había capturado encima de un plato, y la puso frente a Alicia.
-Más cuidado la próxima vez –le advirtió Tarrant a la liebre, en un tono más serio.
La liebre asintió vigorosamente, un tanto intimidada.
-Tranquilo, Tarrant –dijo ,Ches apareciendo en el otro extremo de la mesa. –Te aseguro que ninguno de nosotros pretende hacerle daño a Alicia.
El sombrerero le ignoró, y cómo si no hubiera existido ningún signo de molestia o enfado en su rostro, se dirigió a la joven con una amplia sonrisa y le sirvió un poco de té. Entonces ella pudo ver que entre las palas tenía un hueco que le otorgaban una expresión tierna y inusual.
-¿Cuántos de azúcar, niña? –cuestionó Mallymkun, de pie, junto a una plateada cuchara.
-Uno, por favor –respondió Alicia.
Mallymkun saltó sobre el mango de la cuchara y ésta se levantó, arrojando el cubo blanco por los aires. Para sorpresa de la joven, cayó perfectamente al centro de su taza.
-Gracias –dijo, riendo.
La liebre se servía té en una taza rota, pero no se dio cuenta de lo que hacía hasta que terminó de servir y quiso beber de ella. Alicia tuvo que cubrirse la boca para retener la risa.
-¿Cómo es Inglaterra? –cuestionó el sombrerero.
-Pues… es… muy aburrida.
-¿Nadie, nadie está loco? –cuestionó la liebre, prácticamente gritando.
-No, nadie. Todas las personas están cuerdas, y son iguales. –Alicia reprimió una sonrisa.
-¿Cómo puedes vivir en un lugar así? –exclamó Mallymkun, horrorizada.
Alicia se encogió de hombros, como respuesta.
-Pues aquí no encontraras a una sola persona cuerda–dijo el sombrerero, levantando la mirada hacia todos los presentes-todos estamos locos.
-¡Chalados!-gritó la liebre.
-Dementes…-añadió Ches.
-Como una cabra-finalizó el sombrerero, con una aguda sonrisa.
-Beberé en nombre de la locura.
Sonriente levantó su taza y tomó su contenido de un solo sorbo, pero los ojos de Alicia  se dirigieron al cabello despeinado del sombrerero. Todo ese tiempo, estando sentada junto a él, se había preguntado que se sentiría tocar su extraña melena. No se había atrevido a estirar la mano y pasar los dedos entre los rojos mechones, pero, recordando que seguramente despertaría pronto, y viendo que él estaba distraído observando al gato, decidió no quedarse con las ganas. Estiró el brazo, pero cuando estuvo a punto de rozarle, él se giró de golpe.
-No puedes hacer eso.
Retiró la mano como si se hubiese quemado, y su rostro formó una clara mueca de tristeza al sentirse rechazada. Se había precipitado al intentar algo así, quizás él no la quería tan cerca, o quizás no confiaba en ella completamente, pero era un personaje creado en su mente, jamás se hubiese imaginado que...
El sombrerero se dio cuenta de la expresión de Alicia y se arrepintió de haber dicho aquello tan de repente. Se inclinó sobre la mesa, para acercarse más a ella.
-No, Alicia, has entendido mal –exclamó, desesperado por borrar la expresión desolada de la joven. –Lo que quería decir es que literalmente no puedes hacerlo, no que no quisiera que lo hicieras. Vamos, inténtalo, compruébalo por ti misma.
Alicia, motivada por la mirada verde del sombrerero, estiró nuevamente el brazo, que inclinaba la cabeza hacia ella,  y cuando sus dedos se acercaron lo suficiente a su cabello como para tocarlo… no sintió tacto alguno, si no que su mano le atravesó cómo si de un fantasma se tratase. Volvió a alejar la mano y se la observó de cerca. Torció los labios, parecía perfectamente normal.
-No te asustes, es sólo porque estás aquí sólo en sueños –explicó Tarrant, sonriendo.
-Así es, sólo una parte de ti está en el Submundo, lo suficiente cómo para que puedas sostener los objetos y sentir el clima que aquí se genera, pero no lo bastante cómo para poder tocar a los seres vivientes –completó Ches.
-Pero cuando vengas aquí por ti misma, todo será distinto –dijo el sombrero, esbozando una nueva sonrisa que se desvaneció al ver la cara de duda de Alicia-¿Por qué vendrás, verdad?
-No puedo –contestó ella, bajando la vista- porque nada de esto existe, nada es real.
Una expresión de desolada tristeza ensombreció los ojos del sombrero, que se echó hacia atrás en la silla.
-Qué estés soñando no significa que nada de esto ocurra –dijo- no significa que yo no sea real. Porque lo soy, Alicia, yo soy real.
Sonriente carraspeó.
-Todos. Todos somos reales –se corrigió Tarrant, sin apartar la vista de Alicia.
-Lo siento, pero yo no lo creo así –le costaba mucho trabajo decirlo, mientras los ojos de el sombrerero la observaban. Sobre todo, porque una parte de ella quería pensar que todo aquello era real.
De pronto, se sintió mareada. En un parpadeo, se encontró rodeada de una nada completamente oscura. Se asustó, y quiso desesperadamente regresar a la fiesta de té. Otro parpadeo y Tarrant estaba a su lado otra vez.
-¿Qué pasa?-preguntó a nadie en concreto.
El sombrerero se levantó y se agachó junto a ella, observándola con tristeza.
-Estás a muy poco de despertar –sonó cómo si fuera una condena de muerte.
-Cuando vuelva a dormir, regresaré –prometió Alicia, rogando poder volver otra noche.
Una débil sonrisa se formó en los labios de Tarrant.
-Te convenceré de que soy real –prometió él también.
Entonces, con la última imagen del sombrerero en su mente, Alicia reapareció en el lugar oscuro, la absoluta nada, y se sintió tremendamente sola. Después… abrió los ojos.

El sol le decía buenos días lanzando una brillante luz por su ventanal. Alicia se deshizo de las sábanas rápidamente y salió de la cama de un salto.  Sonrió, por primera vez en mucho tiempo, sintiéndose contenta. Por extraño que le pareciera, no podía esperar para dormirse otra vez.

Ganas de escribir por la mañana...  

3 comentarios:

  1. *O* hermoso, muy hermoso.
    A veces me pregunto como puedes llegar a escribir de esta manera y tener unos lapsus linguaes tan catastrales cuando hablas, no tienes remedio... ^^
    espero el proximo sueño de Alicia con ansias ¬¬

    ResponderEliminar
  2. Yo también quiero soñar esas cosas :3... y Alicia es tonta.

    ResponderEliminar
  3. Bueno, podría enumerar las faltas pero sabes qué? no tengo ganas, voy a dejar de hacerlo.

    Qué tenía yo que decir? Eh... lo he leído y ... me gusta es fantabulos como tu supongo, y... creo que nada más, por ahora. No lo olvides "Volveré!"

    ResponderEliminar